27 años
Está entre Ciudad de México y Estado de México
Sociólogo
Platicando En Positivo
@axel.bautista
Mayo
Inicié la cuarentena sin empleo. Me quedé unas semanas más en la ciudad de México después del
término de mi contrato. Las utilicé principalmente para descansar, estar solo en casa y caminar los
ratos que podía alrededor de mi colonia.
Al principio no me sentí tan afectado por la pandemia. En algún momento se presentó ante mí
como una oportunidad de descanso y de tener mucho tiempo libre para mí mismo. Aún no sentía
los estragos psicológicos que empezarían a desarrollarse días después. El aislamiento y el encierro
empiezan a cobrar factura por muy ermitaño que uno se sienta. Al final, somos seres sociales que
dependemos, queramos o no, de la comunicación cara a cara. La tecnología no ha logrado
subsanar ese sutil, pero no menos importante, vacío que sólo puede llenarse cuando podemos
tocar, acariciar, ver o escuchar directamente a alguien, sin el filtro de la distancia ni de una
pantalla o un celular.
Mi cotidianidad se empezó a ver trastocada e interrumpida. Tenía alguna promesa de otro trabajo
que quedó cancelada a causa de la cuarentena. El ingreso a la maestría sigue siendo incierto, pues
a pesar de que he sido aceptado, aún debo la entrega de mi título profesional, mismo que no
puedo tener porque la universidad está cerrada. Mi aceptación ha sido condicionada, como mi
vida en general y como la de muchos otros. Una cotidianidad condicionada y llena de
incertidumbres sobre el futuro.
Me volví al pueblo de donde soy originario y donde vivien mis padres. Es un pueblo al norte del
Estado de México, donde ya se vive como en provincia y el aire no está contaminado. Hace mucho
calor, eso sí, mucho más que en la ciudad. Acá el clima es semi-árido y hay momento que
pareciera que uno no puede escapar de los rayos del sol. Parece un infierno. He vuelto a la ciudad
una vez. Tuve que ir por mis medicamentos a la Clínica Especializada Condesa donde últimamente
me he estado atendiendo del VIH.
Acá en el pueblo me he incorporado a un negocio familiar. No deja mucha ganancia, pero nos
permite subsitir tranquilamente hasta el momento. También he aprovechado la oportunidad para
contactar con algunos amigos y platicar con algunos de ellos sobre ideas y proyectos que puedan
surgir de todo esto. De alguna forma, y no en la medida que yo quisiera, también ha sido una
oportunidad para ser creativos.
La relación con mi cuerpo ha sido un proceso de constante cambio y progreso en los últimos cinco
años. Crecer implica cambiar, pero madurar implica aceptar dicho cambio, vivirlo, quererlo,
apapacharlo y seguir creciendo a partir de ello, donde la relación con nuestros cuerpos se
convierte en una relación de autoconocimiento, aprendizaje y exploración.
Recuerdo cuando fui diagnosticado con VIH; la relación entre mi cuerpo y yo se había disociado.
Era una relación de distancia, miedo, asco y suciedad. No me veía viviendo así. Me volví muy
hipocondriaco. Le tenía miedo a exponerme a la lluvia, al frío y calor, al contacto humano. Todo
era una amenaza para mi salud y al mismo tiempo, yo era una amenaza para la de otros. El mínimo
síntoma de un resfriado me asustaba y me invadía la sensación de impotencia, vulnerabilidad y
enfermedad.
Poco a poco aprendí a convivir con mi nueva condición de salud, con el virus dentro de mi cuerpo y
con las ideas de enfermedad y muerte. Aprendí a vivir en mi nueva normalidad, ahora
dependiente de una pastilla y con indicadores biométricos continuos que me ayudaban a entender
mi estabilidad orgánica. Me di cuenta que la noción del biopoder, muchas veces satanizada desde
la sociología, no siempre resulta ser tan mala como a veces la interpretamos; puede ser algo
liberadora.
Dejó de existir el asco, el miedo y la distancia, comencé a quererme, vivirme y explorarme en toda
mi multidimensionalidad. Mi cuerpo era más mío que antes. Aprendí a conocer mis límites,
síntomas y dolores, supe en que momento decir sí y en que momento decir no, a cambiar mi dieta,
a no preocuparme en exceso, a valorarme por mis imperfecciones y a presumir mis virtudes.
La pandemia de COVID-19, aunque nos puso a las personas con VIH en el centro de la
vulnerabilidad, nunca me hizo sentir amenazado. Muy al contrario de la opinión de muchas
personas cercanas a mí, que me aconsejaban constantemente las máximas medidas de seguridad,
me he sentido tranquilo y seguro. He aprovechado el momento para hacer algo de ejercicio físico -
algo que nunca había hecho- y aprender desde esos ratos matutinos, que ante cualquier
adversidad, los mejor es fortalecernos, querernos, nutrirnos y cuidarnos, tanto por dentro como
por fuera.
Angustia. Mi relación con la vejez es de angustia. Lo empezó a ser cuando tenía 22 o 23 años. En
aquel entonces entré en un episodio muy depresivo de mi vida. Recuerdo haber estado bajo
medicación por depresión y ansiedad. Me preocupaba mucho el cómo disfrutar y vivir mi
juventud, el cumplir las expectativas de ser un hombre gay joven, me aterraba no cumplir mis
metas profesionales y laborales, y le tenía miedo al fracaso. Pero al mismo tiempo, me daba miedo
envejecer.
Con el diagnóstico de VIH los miedos crecieron. La vejez era signo de vulnerabilidad, donde la
fuerza física se pierde y las debilidades florecen. El VIH hizo más incierto todo, me daba miedo
llegar a una edad donde mi salud se viera tan afectada y donde el suicidio fuera mi única salida.
Sin embargo, a lo largo de estos años me he dado cuenta que no es necesariamente la debilidad
física lo que me angustia de la vejez, sino el vivir en una realidad donde ser viejo es un problema.
La crisis actual ha potenciado mi reflexión al respecto. ¿Acaso esta sociedad está preparada para la gran cantidad de adultos mayores que viviremos en este país en las siguientes décadas? ¿La
ciudad está construida para los viejos? ¿El transporte? ¿Los sistemas de salud? ¿Los seguros
médicos? ¿Los salarios?
En momentos de pandemia, los viejos se quedan al último. Si hoy en día ser viejo es signo de
lentitud, debilidad y enfermedad, donde la vida pierde valor frente a la promesa de la juventud,
imagínense qué se pensará de un viejo seropositivo. En este sentido, no me queda más que
confirmar que ante momentos de adversidad, no nos queda más que cuidarnos a nosotros
mismos, querernos, nutrirnos y hacer de nuestros propios cuerpos nuestro más valioso sostén
para el futuro.
Debido a esta intermitente estancia entre la Ciudad de México y el pueblo de donde soy, en el
Estado de México, mi rol familiar se ha transformado de alguna manera. A pesar de la situación de desempleo en la que me encuentro, me he incorporado a un pequeño negocio familiar que hasta el momento nos ha mantenido estables y con un sustento en estos tiempos de crisis.
Me he convertido, de alguna forma, en otro provedor de la familia. Supongo que la situación casi
siempre es así cuando se viene de una familia de pocos recursos. Existe como un mandato no
escrito donde a cierta edad los hijos deben aportar cierta cantidad económica a los ingresos
familiares. Trabajar se vuelve una necesidad.
A su vez, es bien sabido que las crisis o sirven para unir familias o para separarlas completamente.
Y en una situación de encierro y cuarentena, la convivencia tiene que regirse por ciertas reglas si
se quiere vivir sanamente. En este sentido, en mi familia hemos logrado que todos y todas, a pesar
de nuestras diferencias, nos sintamos integrados y con una voz más presente en las decisiones de
la casa. De alguna forma la relación familiar se ha hecho más democrática y horizontal.
Es chistoso que después de aquel distanciamiento que tuve con mis padres cuando salí del clóset,
por lo difícil que fue para ellos aceptarme tal como soy y donde llegué a pensar que jamás podría
convivir con ellos 24/7 encerrados en la misma casa, ahora estemos aquí, afrontando juntos y
juntas esta pandemia, tratando de gestionar en familia las diferencias, tensiones y problemas.
Dato curioso: a diferencia de cuando salí del clóset, compartir mi experiencia viviendo con VIH con el resto de mi familia, más que limitarme, me liberó, empoderó y fortaleció. Uno aprende que la gente que nos quiere, si realmente nos quiere, también cambia, busca aprender y conocer para
estar siempre con nosotros.
El amor en los tiempos de covid... ¡vaya cuestionamiento! Me parece interesante cómo las últimas
pandemias del s. XX pasan por el escrutinio del amor: “El amor en los tiempos de cólera”, “El amor
en los tiempos del sida”, “El amor en los tiempos del ébola”. Me queda más que claro que aquello
que llamamos amor tiene un espacio muy importante en nuestras vidas y cultura.
Para responder a esta pregunta quiero aclarar que no tengo pareja. Mi última relación terminó a
principios del año. De haber sabido que pocos meses después entraríamos en cuarentena, igual y
hubiese extendido mi relación para estar con alguien con quien satisfacer mis necesidades
amorosas, eróticas y sexuales, con la confianza plena que sólo puede ofrecerte una pareja en la
intimidad.
Sin embargo, por algo esa relación ya estaba en su últimas y probablemente la cuarentena, más
que una maravilla sexual, se hubiera convertido en un infierno tóxico. Nadie quiere sufrir del
encierro y además tener que lidiar con dramas, tensiones y líos amorosos.
Definitivamente esta pandemia ha impulsado mi autoerotismo, autoexploración y
autosatisfacción. El sexteo se ha vuelto más interesante, sobre todo porque la inmediatez y
simpleza que suele manejarse en aplicaciones de ligue, se convirtió en emocionantes
conversaciones por facebook, instagram o whatsapp, donde el intercambio de mensajes y
fotografías adquirió un tono más erótico y divertido, donde una tiene la oportunidad de explotar
más la imaginación.
Me di cuenta que además del porno tradicional, existe un porno a través de relatos. Algunos
narrados, otros por escrito, pero es una alternativa a la mente, el cachondeo y la imaginación, que
no se logra desde la industria del porno tradicional.
A pesar de todo, extraño el contacto físico. Sólo ruego que la higienización que devenga del covid no afecte sustancialmente la importancia del contacto físico, ya no sólo para tener relaciones sexuales, sino para intimar, convivir y disfutar de los amantes, la familia y los amigos.
Para mí es crucial el contacto con personas que desde sus diferentes trincheras y campos de
trabajo y/o estudio, tengan intereses en temas y causas similares a las mías. Eso para mí es
indispensable en el trabajo en equipo, interdisciplinario y colectivo.
El respeto, la comunicación, honestidad y confianza son necesarias para crear de la mano de otros,
pero también la crítica constructiva, la escucha y la capacidad de tener una mente abierta para
aprender de los demás. Creo firmemente que uno debe sentirse seguro de lo que sabe y de lo que
puede, pero también humilde para aceptar lo que desconoce.
El proceso creativo es un proceso de crecer y aprender constamente, tanto como un ser individual
como un ser social. Conlleva una relación directa con la mente, pero también con nuestro entorno,
pues dependemos de los otros para expandir nuestro mundo y para que nuestro trabajo mejore y
tenga un mayor impacto social.
En este sentido, considero que es necesario rodearnos de personas que impulsen nuestra
creatividad, que crean en nosotros y que nos motiven a salir adelante, tanto solos como en
colectivo.
Apoyo completamente la socialización del conocimiento. Creo que una forma de ir rompiendo la
burocratización y verticalidad que existe en el mundo creativo, es compartiendo lo que cada uno
sabe con el resto de la comunidad. Y con esto me refiero a compartir no sólo los resultados de
nuestro trabajo, sino también las metodologías y técnicas que nos llevaron a él. Para mí eso
representa un comienzo en crear nuevas oportunidades y caminos para los demás.
Asimismo, creo que el trabajo mediante redes y grupos colegiados es vital para encaminar la
creatividad a un camino más horizontal y flexible, donde el eje que mueva el trabajo colectivo sea
una causa social y/o artística, y no únicamente un fin monetario.
Se deben impulsar fondos y apoyos de diferentes fuentes, tanto públicos como privados, que
permitan la participación tanto de nuevos talentos individuales como grupales, que no estén
atravesados por la elitización y la burocratización.
¿Qué interrumpiste y qué has comenzado a causa de esta cuarentena?
¿Cómo ha cambiado la percepción que tienes de tu cuerpo?
¿Cuál es tu relación con la vejez?
¿Ha cambiado el rol familiar que interpretas?
¿Cómo experimentas tu intimidad durante esta pandemia?
¿Qué relaciones sociales son relevantes para tu trabajo creativo?
¿Por qué modelos de economía creativa apuestas?
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